Romance de la luna, luna
La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la
mira mira. El niño la está mirando.
En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y
pura, sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu
corazón collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán
sobre el yunque con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame,
no pises, mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la
fragua el niño, tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas
levantadas y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va
la luna con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la
vela, vela. el aire la está velando.
Escucha la primera vesión del
Romance de la luna, luna
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Romance Sonámbulo

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Poemas de amor de
Federico García Lorca
Versión de 2005
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Preciosa y el aire
SU
luna de pergamino Preciosa tocando viene, por un anfibio
sendero de cristales y laureles. El silencio sin
estrellas, huyendo del sonsonete, cae donde el mar bate
y canta su noche llena de peces. En los picos de la
sierra los carabineros duermen guardando las blancas
torres donde viven los ingleses. Y los gitanos del agua
levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas
de pino verde. * Su luna de pergamino Preciosa
tocando viene. Al verla se ha levantado el viento, que
nunca duerme. San Cristobalón desnudo, lleno de lenguas
celestes, mira a la niña tocando una dulce gaita
ausente. Niña, deja que levante tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre. *
Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse. El
viento-hombrón la persigue con una espada caliente.
Frunce su
rumor el mar. Los olivos palidecen. Cantan las flautas
de umbría y el liso gong de la nieve. ¡Preciosa, corre,
Preciosa, que te coge el viento verde! ¡Preciosa, corre,
Preciosa! ¡Míralo por dónde viene! Sátiro de estrellas
bajas con sus lenguas relucientes. * Preciosa, llena
de miedo, entra en la casa que tiene más arriba de los
pinos, el cónsul de los ingleses. Asustados por los
gritos tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un
vaso de tibia leche, y una copa de ginebra que Preciosa
no se bebe. Y mientras cuenta, llorando, su aventura a
aquella gente, en las tejas de pizarra el viento,
furioso, muerde
Poemas de Federico García Lorca
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THAMAR Y AMNÓN
LA
luna gira en el cielo
sobre las tierras sin
agua
mientras el verano
siembra
rumores de tigre y
llama.
Por encima de los
techos
nervios de metal
sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de
lana.
La tierra se ofrece
llena
de heridas
cicatrizadas,
o estremecida de
agudos
cauterios de luces
blancas.
*
Thamar estaba soñando
pájaros en su
garganta,
al son de panderos
fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el
alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su
vientre
y granizo a sus
espaldas.
Thamar estaba cantando
desnuda por la
terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y
concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de
espuma
y oscilaciones la
barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la
terraza,
con un rumor entre
dientes
de flecha recién
clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y
baja,
y vio en la luna los
pechos
durísimos de su
hermana.
*
Amnón a las tres y
media
se tendió sobre la
cama.
Toda la alcoba sufría
con sus ojos llenos de
alas.
La luz maciza, sepulta
pueblos en la arena
parda,
o descubre transitorio
coral de rosas y
dalias.
Linfa de pozo
oprimida,
brota silencio en las
jarras.
En el musgo de los
troncos
la cobra tendida
canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la
cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne
quemada.
Thamar entró
silenciosa
en la alcoba
silenciada,
color de vena y
Danubio
turbia de huellas
lejanas.
—Thamar, bórrame los
ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre
tejen
volantes sobre tu
falda.
—Déjame tranquila,
hermano.
Son tus besos en mi
espalda,
avispas y vientecillos
en doble enjambre de
flautas.
—Thamar, en tus pechos
altos
hay dos peces que me
llaman
y en las yemas de tus
dedos
rumor de rosa
encerrada.
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Los cien caballos del rey
en el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
*
¡Oh, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos, enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
*
Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras
cortó las cuerdas del arpa
|
La casada infiel
Y que yo me la llevé al río creyendo que
era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi
por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los
grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se
me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su
enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por
diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han
crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. *
Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de
pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se
quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro
corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los
cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me
escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la
mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero
decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del
entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo
me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los
lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le
regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme
porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al
río.
Federico García Lorca. Romancero Gitano
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REYERTA
EN
la mitad del barranco
las navajas de
Albacete,
bellas de sangre
contraria,
relucen como los
peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio
verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas
mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las
paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de
nieve.
Ángeles con grandes
alas
de navajas de
Albacete.
Juan Antonio el de
Montilla
rueda muerto la
pendiente,
su cuerpo lleno de
lirios
y una granada en las
sienes.
Ahora monta cruz de
fuego
carretera de la
muerte.
*
El juez, con guardia
civil,
por los olivares
viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de
serpiente.
Señores guardias
civiles:
aquí pasó lo de
siempre.
Han muerto cuatro
romanos
y cinco cartagineses.
*
La tarde loca de
higueras
y de rumores
calientes,
cae desmayada en los
muslos
heridos de los
jinetes.
Y ángeles negros
volaban
por el aire del
poniente.
Ángeles de largas
trenzas
y corazones de aceite.
Federico García
Lorca
|
LA MONJA GITANA
SILENCIO de
cal y mirto.
Malvas en
las hierbas finas.
La monja
borda alhelíes
sobre una
tela pajiza.
Vuelan en la
araña gris,
siete
pájaros del prisma.
La iglesia
gruñe a lo lejos
como un oso
panza arriba.
¡Qué bien
borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la
tela pajiza
ella
quisiera bordar
flores de su
fantasía.
¡Qué
girasol! ¡Qué magnolia
de
lentejuelas y cintas!
¡Qué
azafranes y qué lunas,
en el mantel
de la misa!
Cinco
toronjas se endulzan
en la
cercana cocina.
Las cinco
llagas de Cristo
cortadas en
Almería.
Por los ojos
de la monja
galopan dos
caballistas.
Un rumor
último y sordo
le despega
la camisa,
y al mirar
nubes y montes
en las
yertas lejanías,
se quiebra
su corazón
de azúcar y
yerbaluisa.
¡Oh!, qué
llanura empinada
con veinte
soles arriba.
¡Qué ríos
puestos de pie
vislumbra su
fantasía!
Pero sigue
con sus flores,
mientras que
de pie, en la brisa,
la luz juega
el ajedrez
alto de la
celosía
Federico García
Lorca
|
Romance de la Pena Negra
LAS
piquetas de los gallos
cavan buscando la
aurora,
cuando por el monte
oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su
carne,
huele a caballo y a
sombra.
Yunques ahumados sus
pechos,
gimen canciones
redondas.
—Soledad: ¿por quién
preguntas
sin compaña y a estas
horas?
—Pregunte por quien
pregunte,
dime: ¿a ti qué se te
importa?
Vengo a buscar lo que
busco,
mi alegría y mi
persona.
—Soledad de mis
pesares,
caballo que se
desboca,
al fin encuentra la
mar
y se lo tragan las
olas.
—No me recuerdes el
mar
que la pena negra,
brota
en las tierras de
aceituna
bajo el rumor de las
hojas.
—¡Soledad, qué pena
tienes!
¡Qué pena tan
lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de
boca.
—¡Qué pena tan grande!
Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el
suelo
de la cocina a la
alcoba.
¡Qué pena! Me estoy
poniendo
de azabache, carne y
ropa.
¡Ay mis camisas de
hilo!
¡Ay mis muslos de
amapola!
—Soledad: lava tu
cuerpo
con agua de las
alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad
Montoya.
*
Por abajo canta el
río:
volante de cielo y
hojas.
Con flores de
calabaza,
la nueva luz se
corona.
¡Oh pena de los
gitanos!
Pena limpia y siempre
sola.
¡Oh pena de cauce
oculto
y madrugada remota!
Federico García
Lorca
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